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Aprendiendo a comer

Estándar

Hola de nuevo.

Os dejo un texto que tenía por ahí.

¡Os leo!

Desde que cumplí los 20, vivo a dieta.

He probado todas las posibles: disociada, sin disociar, con pollo, con melocotón, solo piña, solo aire, con la fruta previa a la comida, con la fruta después de la comida, con proteínas, con hidratos, con nombres suecos, de tres comidas, de siete comidas, de enfermeros, de médicos, de gurús, de influencers, líquida, sólida, pagando, sin pagar, rápidas, eternas…y desde la llegada de internet, la locura extrema: batidos, cafés mágicos, cacaos extremos…

Siempre he conseguido bajar de peso, con mucho esfuerzo y cara de acelga la mayoría de las veces -somos lo que comemos-, pero jamás he conseguido mantenerme una vez abandonada la restricción.

Efecto yo-yo lo llaman, efecto paraquetantoesfuerzosivuelvoaserunaVacaburraEncuantolodejo lo llamo yo.

He aprendido a conocerme, a convivir con mi barriga colgandera, a comprar bragas fajas, a huir de lo ceñido como de la peste, a camuflarme detrás del oversize -música para mis oídos-, pero eso jamás significará que me acepte del todo, seamos sinceras.

¿Me gusto? -Sí, y mucho.

¿Me gustaría mas con unos kilos menos? – Seguramente sí.

Me encantaría entrar en mil tiendas que tengo vetadas por no disponer de la XL, me encantaría ponerme un mono sin tener que cubrir mi barriga con un lazo enorme para no aguantar a mil indiscretos/as preguntando por mi embarazo, me encantaría cambiar de estilo.

Una cosa no quita la otra, pero, por fin, tras años de caraacelga, he llegado a conocerme tanto, que no ha habido manera de mentirme: Estefanía, hija, ¿pero tú comes bien?.

Porque, señores, pongamos las cartas sobre la mesa y las palmas hacia arriba: el aire no engorda, engordamos nosotras si comemos mal.

Cada donut nocturno pasa factura, cada plato de spaguetti carbonara rebosando nata pasa factura, cada croquetita de la mamma rebosante de aceite -uy, perdón, aove, que me salgo de la influencia- pasa factura.

Por todo esto, amiguitos/as, puedo daros por fin el secreto de la talla menos: COMER BIEN.

Aquello de la dieta mediterránea lo hemos ido aplicando como nos ha venido bien, y se nos han quedado en tierra muchas verduras, muchas frutas, la poca carne y el mucho pescadito. Por no hablar de las horas entre sol y sol sin parar de trabajar en el campo, que hemos cambiado por unas cuantas delante de las pantallas, mas otras cuantas apoltronados en el sofá para descansar de las anteriores.

Y no lo hemos inventado nosotros, sino nuestros abuelos y abuelas, aunque le ponemos nombre anglosajón, REALFOODER, y lo acuñamos como nuestro. ¡Ole nosotros!

Adiós a los bollitos envasados que nos salvan las meriendas colegiales, adiós a los postres lácteos llenos de azúcares y grasas. Volvamos al bocata de pan con chorizo de nuestra época EGB, al potaje, a tener en la nevera a rebosar los cajones de verdura y vacío el congelador de ultraprocesados.

Quizá, solo quizá, la talla menos que conservo desde el verano no sea un espejismo, sino reflejo de esa despensa llena de tomates con restos de tierra que me he traído del pueblo.