Hoy cambio de registro y, haciéndole caso a mi madre (no has hablado nada de tu familia, rica!), vamos a hablar de la familia Soriano.
Para los que no me conocéis, soy la tercera de tres hermanas criadas en Talavera por unos padres humildes, muy trabajadores y, sobre todo, muy buenos educadores. La mitad de mi reino daba yo porque se me hubiera quedado un poquito de su buen hacer en los genes.
Independientemente de los momentos cotidianos de cualquier familia, en los que romperías con todos y acabas harto de cumplir las normas, se puede decir que somos una familia unida, aún siendo tan distintos y tan independientes. Porque independencia es el sustantivo más utilizado para definirnos a cada una de las hermanas.
Individualmente, y a mis ojos, papá es el cariñoso, el pavo real orgulloso de su prole, el sufridor por afición, es lo que tiene ser del Atleti, el cabeza de familia con todo, absolutamente todo lo que eso implica.
Mamá es la enfermera jefe, la sufridora por obligación, la que tiene que regañarte y darte el abrazo a un tiempo, a la que comprendes cuando tienes hijos, la que puede llegar a molestar porque sólo quiere agradarte, la orgullosa cabeza de familia que siempre tiene un halago para todos, una foto para presumir, un suspiro cuando quiere llorar o gritar y no puede.
La mayor es la leona, protectora de sus cachorras, la reservada, la despegada en sentimientos pero de la que necesitas aprobación y consejo, la madre, la tía, la mujer trabajadora orgullosa de sus logros.
Y la mediana es la sensible, la del caparazón dibujado, que cuando pasas el borrador desaparece, la tía con mayúsculas, la que reconoce cuándo se ha equivocado, la del “Dios proveerá”.
Y ahora que nuestro pavo real tiene las alas flojitas, es cuando el Soriano power aflora y nos une sin posibles fracturas.
Os quiero mucho, aunque dentro de nuestro manual familiar no se estile decirlo.
Fdo. La pequeña de la familia Soriano.