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Antiguas alumnas

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Hoy se celebra en mi cole de toda la vida el día de las antiguas alumnas. Bueno, ya es mixto, así que, para hablar con propiedad, el día de los antiguos alumnos.

La urticaria de Carlota me ha impedido ir, aunque os tengo que decir que POR FIN hemos encontrado un jarabe mágico que parece que empieza a hacer efecto. Se ha levantado con menos ronchas, cruzo los dedos para que por fin deje de parecer una niña mala post-varicela.

Volviendo al tema del cole, me hubiera encantado ir a rememorar viejos tiempos, ver a las monjas pavoneándose de las buenas mujeres de provecho en que nos hemos convertido, cantar con el vello de punta las canciones que me transportan a mi infancia y juventud, trasteando, con ataques de risa convertidos en castigos, horas de patio con las rodillas llenas de heridas por mi torpeza en el atletismo, los bailes de fin de curso, los nervios compartidos antes de un examen, las clases de hogar (madre mía), ese libro de literatura con pasta dura y a Sor Carmen diciendo tu apellido -srta. Soriano, a la pizarra-, los castigos después de clase limpiando el encerado…
Siempre he dicho que si trasladaran tal cual mi cole cerca de casa, no hubiera tenido ninguna duda al elegir centro para mis hijas. Estoy muy orgullosa de la educación recibida allí, incluso con lo que ha supuesto aguantar los chistecitos por haber ido a un cole de monjas.

Aunque la imagen de la fiesta del año pasado me taladra el corazón, presentando a Carlota a la Virgen del Buen Consejo delante de un abuelo cargado como siempre con su cámara al hombro y una sonrisa perpetua de orgullo. Cómo puede cambiar tanto la vida en meses!

Por eso, mi recuerdo hoy para todas las que van a estar allí -Moni, lo siento, hoy no nos vemos-, y, sobre todo, mi enhorabuena a esa congregación que sigue haciendo tan buen trabajo como siempre, aunque en estos tiempos todavía tiene más mérito.

Recordaremos el tiempo allí pasado, lo llevaremos siempre en el corazón