Todavía estoy intentando digerir mi conversación con el Juzgado de esta mañana.
Juicio celebrado el 27 de noviembre donde se aprueba (en firme y con condena para el denunciado) una deuda a mi favor de unos cuantos euros. Pues bien, a 15 de marzo, todavía no he visto ni un durillo. Y todavía me queda para ver color. «Muy fuerte, tía» (homenaje a mi hermano mayor).
Entre fiscales, secretarios, escritos, dimes y diretes, los meses siguen pasando, y una menor sigue, tras cuatro años, viviendo del aire. Mucha suerte con los juzgados no tengo, la verdad, pero ésto ya suena a broma de mal gusto.
Y yo sigo manteniendo la esperanza, inocente que es una. Día que pasa, día menos para poder cambiar su vestuario, o ir al cine, o a por una sartencita del Tony…o, simplemente, estar al día en sus necesidades, que son muchas y están cubiertas a la mitad desde hace mucho tiempo.
Y ahora toca eso de: «Y a Dios pongo por testigo que mi hija no volverá a pasar hambre«, lo que se traduce en: tendré que llamar 200 veces más al juzgado, ponerme la cara roja cuando el dinero no llegue y, lo que más me duele, explicarle a ella que a nosotros tambien nos ha llegado la crisis.
Bendita justicia.