Todavía tengo la visión de la luna llena anoche. Naranja, casi roja. Siendo cursi, diría que majestuosa. Dejando claro que estaba ahí, dejándose ver en todo su esplendor.

Redonda. Subiendo. Dejabas de mirarla cinco minutos (no podías dejarlo más), y allí estaba, un poco más arriba, atravesando nubes, luchando por salir a alumbrar porque sabía que queríamos verla.

Lástima de nuevas tecnologías. Los móviles de noche, definitivamente, no hacen buenas fotos. Y la cámara buena está en un cajón sin batería, sin pilas y sin montar. Seguro que mi padre no habría dejado pasar la oportunidad de fotografiarla. Todo un espectáculo.

Y ahora viene la metáfora: la luna de anoche soy yo….

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Os he dejado unos segunditos para que os echéis a reir, penséis que soy una creída, me ridiculicéis e incluso, alguno/a, asintáis con la cabeza.

Si me dejáis os lo explico.

Como sabéis, hace unos años que los kilos de más no son una preocupación para mí. Entiendo a mi cuerpo, castigado de más, deseando revelarse. Y a mi cabeza también, harta de tanta opresión, relajada delante de uno de los placeres de mi vida: la buena mesa. Por eso, subir una talla no supone más que un gasto económico para rellenar de nuevo el armario.

Y anoche mirando esa luna, me ví, redonda, naranja, brillante, dejando de lado todo lo que te hace pesar físicamente para subir, contra viento y marea, a lo más alto, donde todos te puedan ver, haciendo lo que corresponde de manera contundente.

Olé. Ya lo he dicho. Y sí, tengo la autoestima en su sitio, no hay duda. Porque hace tiempo que reconozco no gustarme, pero aceptarme, e intentar poner bonita la imagen que me devuelve el espejo. Mientras mi salud no se resienta, seguiré meneando este cuerpo con «contundencia», redonda, brillante, luchando contra viento y marea por subir para que todos me puedan ver.

Me acepto. Me aceptas??

Os leo!!