Ayer fue un día raro. Aunque exactamente no se si raro es la palabra perfecta para definirlo.
Se juntaron las cosas del cielo, tan idílicas, tan mágicas, las que añoro, con las terrenales más feas, desagradables y malolientes que me puedan pasar. Y me pasé todo el día pensando en él, exactamente en si hubiera estado él conmigo.
Un 21 de septiembre habríamos intentado pasarlo juntos, en su Talavera, que para eso son las fiestas de San Mateo y los abuelos están preparados y listos para darlo todo en los atronadores cacharritos.
Un 21 de septiembre habríamos cerveceado en cualquiera de nuestros sitios favoritos, que eran son unos cuantos, tomando un aperitivo tras otro e, incluso, prendiendo servilleta y brindando bien fuerte.
Un 21 de septiembre habríamos hablado de lo nerviosa que estoy porque me tocan las revisiones semestrales, del conflicto con el Referéndum, del mal estado del río Tajo y la vergonzosa pasividad de los políticos.
Pero, sobre todo, un 21 de septiembre habría abrazado con locura a su morena, se habría partido de la risa con la rubia y sus locuras, se habría vuelto sordo de tanto «Abuelo, Abuelo», habría sido el pavo real con las plumas más llamativas del ferial, porque estaría rodeado de lo que más quería en esta vida, su FAMILIA.
En cambio, este sexto 21 de septiembre en el que él ya no está, he tenido que pasar una mañana tensa aunque necesaria. No he viajado a su Talavera. No ha habido cacharritos, aunque sí brindé por él, capturé el amanecer más bonito porque era un apasionado de la fotografía (es la foto de arriba), me sentí muy orgullosa de mis niñas por motivos muy distintos pero igual de importantes, reí hasta llorar y lloré de rabia, me pudo la congoja en algunos momentos, pero creo que conseguí que el 21 de septiembre siga siendo SU DÍA, y ni nada ni nadie sea capaz de cambiar eso.
Felices 79, papá. La celebración cambiará, pero el motivo jamás lo hará.
Te quiero, te queremos, y siempre seguirás siendo el único hombre de mi vida.
Os leo!!