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8 de marzo

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8 de marzo

Marzo es, para las mujeres, el mes de las reivindicaciones, de clamar por nuestro puesto en la sociedad, de hacer valer nuestra labor dentro y fuera de casa.

Y repasando mi carpeta de «escritos locos», esos que salen en ratos muertos y tengo la manía de guardar, ha aparecido éste, del año 2015, que relata lo que podría ser el día a día de millones de mujeres haciendo malabarismos por intentar conservar la cordura en un día a día de locos, de abusos, de amor del bueno.

06:30 a.m. Suena el impertinente ruido del despertador. Cierro los ojos e intento hacer un cuadrante mental del día que me espera: martes. Según el convenio regulador, hoy los enanos están conmigo. Trabajo, comida, cole, piscina de uno, baile de la otra, vuelta a la piscina a recoger al primero, y de nuevo a baile a por la segunda. Compra, baños, cena de hoy, comida de mañana y por fin, copita de vino y canales sin dibujos.

08:00 a.m. Primer café de la mañana. Risas hablando de la serie de anoche.

09:00 a.m. Tengo la extraña sensación de no entender muy bien a mis clientes. Me esfuerzo en explicarles el cómo y el porqué, ellos sólo escuchan el NO, y jamás llegamos a un acuerdo. Y todavía tengo por delante 6 horas más de desencuentros.

11:00 a.m. Por fin unos minutos de descanso con olor a tostada y café recién hecho. Hoy no hemos sido capaces de separar el ocio del negocio, y nos hemos pasado todo el rato criticando la actitud de algún superior con aires de grandeza que ha conseguido amargarnos la mañana.

12:20 p.m. Ese jefe de la esclavitud me obliga a quedarme en el trabajo esta tarde porque falta gente. Sin compensación. Porque sí. Sin opción a réplica. No consigo entenderlo. No tengo capacidad de reacción. No hay nadie cercano que se pueda hacer cargo de mis niños. Y es la tercera vez este mes que el padre me cambia el turno por el mismo motivo. Estoy tensando la cuerda.

14:00 p.m. Comienzo de nuevo una jornada de 7 horas. Estoy tan enfadada que ni he comido. Mi jefe hace rato que se marchó a casa.

17:00 p.m. He parado para llamarles por teléfono. Marcos se ha caído en el patio y se ha dejado media rodilla en el asfalto, maldito balón, y Nerea ha estado practicando la letra Z. -Lástima que esta tarde no podamos repasar, cariño. Mami tiene que trabajar mucho-.

20:30 p.m. He salido tan deprisa que me he dejado el móvil y he tenido que volver corriendo. Pero se me ha olvidado todo cuando he llamado al telefonillo y he escuchado los gritos de la pequeña despidiéndose de su padre para bajar a verme.

21:30 p.m. Ya estamos con el postre. Hemos batido el récord del mundo en duchas rápidas y el uso del microondas, pero ha merecido la pena. Ya estoy al día de lo duro que está el suelo del recreo, de cómo se llama la enfermera del cole, de lo simpática que es, y de lo poco que duele cuando cura ella las heridas…– Mamá, que me escuece, tu no sabes hacerlo-.

22:00 p.m. Sólo se oye el chup-chup de las lentejas de mañana. Todo preparado para volver a empezar, deseando que mañana no se aproveche nadie de mi necesidad de trabajar y pueda disfrutar de mis hijos una tarde más, aunque eso implique mil kilómetros de acá para allá, dos peleas porque no nos entendamos con las matemáticas, y media hora repasando vocales y consonantes.

Os animo a hacer mucho ruido el jueves, a dejar vuestro lugar vacío aunque sea un par de horas, a luchar por ser iguales, por cobrar lo mismo, por ser valoradas por igual.

¡Os leo!

Acción de Gracias

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Acción de Gracias

Viernes 28 de noviembre, Black Friday en los Estados Unidos tras una opípara cena trinchando el pavo en familia, y yo conduciendo camino del trabajo bajo el diluvio universal. Me salió agradecerle a mi protector, el que está en el sofá de nubes, pensando que soy una afortunada, que, con la que cae, tengo trabajo a 20 minutos de casa, dinero para pagar letra, seguro, reparaciones y gasolina para el coche, que es mucho, y encima llego a una oficina calentita y no debo enfundarme un uniforme y patear la calle.

Y de ahí surgió mi propio Acción de Gracias. Nadie que compartiera ayer el día conmigo sabía que formaba parte de un experimento, para mí fue muy divertido, y me ha servido para analizar la suerte que tengo, o que tenemos, y que no sabemos valorar.

Empiezo y repito con el trabajo. Afortunada de tenerlo, de saber que, si nada lo impide, me jubilaré trabajando, lo que me asegura una pensión y un futuro digno, aunque el sueldo no me de para grandes lujos. Sobre todo, agradezco el calor, la comodidad, la tecnología a mi alcance, y, lo imprescindible, compañeros e incluso amigos con los que paso la mitad de mis días, de mis alegrías y de mis penurias, con los que discuto y, sobre todo, sonrío, río a carcajadas y disfruto de ser mujer trabajadora.

Agradezco poder tener conversaciones «a sentimiento abierto» con mi familia, sabiendo que, aunque nos hagamos daño, tenemos todo el derecho a hablar, gritar, llorar o reír con nuestras vidas, el pasado y el futuro. Que mi niña mayor sea una jovenzuela bastante madura con la que charlar sobre temas escabrosos que no nos gustan, pero que son necesarios para seguir construyendo nuestra historia.

Agradezco tener gente al otro lado dispuesta a hacerme la vida más fácil, con favores que parecen pequeños pero les hacen muy grandes.

Agradezco tener tan buenos amigos que me demuestran, año tras año, que no me olvidan, y algunos incluso que me lo demuestran día a día, incondicionales, escuchando lo bueno y lo malo de mi vida, confiándome lo bueno y lo malo de las suyas, y consiguiendo hacer de esos momentos, en muchos casos, lo mejor del día.

Agradezco vivir donde vivo. Me encanta mi casa, mi barrio y, como dicen los de Mr. Wondeful, con quién la comparto. Adoro los fines de semana de sofá, manta, libro y hombro donde apoyarme.

Agradezco tener alguien que me saque a bailar, que me ronde, que me diga que me quiere y que «nada valgo sin tu amor«, con quien compartir foie y boletus, paseos empedrados y amor incondicional a rubias mocosas. Alguien capaz de reconocer errores y empezar de nuevo, enseñándome a mí a empezar también.

Y agradezco estar sana, estar viva, y ser consciente de ello cada día, para volver a agradecer cada amanecer, así, en bucle, uno tras otro y hasta el fin de mis días.

Evidentemente, hoy me despido dándote las GRACIAS. Adiós Lolas Adiós existe gracias a vosotros que me leéis, que me comentáis, que me animáis a seguir, que me compartís con otros/as, que me incitáis, que me provocáis, que me dais ejemplo.

Os leo!!

Vuelta al trabajo

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Ya es 30, son las 00:01, pero para mí sigue siendo 29. Es la primera vez que me salto un día, pero tenéis que entenderlo, he exprimido hasta el último segundo con mis cachorras. Hasta dentro de una semana no voy a volver a estar con ellas, y se merecen mi parón bloguero con todos los derechos.

Ha llegado el día, mañana a las 8:00 estaré fichando de nuevo para incorporarme al trabajo.

No, no estoy preparada. No, no me apetece. No, no tengo preparado el modeli. No, no me va a venir bien. No, no y no.

Aunque tengo asumido que sí, es necesario, es una buena noticia, voy a descansar sin las niñas y si un Tribunal ha decidido que vuelva, son médicos, sus razones tendrán y eso es un motivo para verlo en positivo.

Por eso mañana empieza otro nuevo capítulo de mi vida. Hace 21 meses me fui embarazada, feliz, radiante, con atributos femeninos por dentro y por fuera. Y vuelvo tocada, pero vuelvo. Como siempre, el vaso medio lleno. Y confío en que las sonrisas de mis compis al verme me van a servir de medicina.

Yuly, vete preparando el cafetito con tostada, que intentaremos llenar media hora de risas desestresantes. Allá voy!